La siguiente experiencia es una de las que han marcado mi afición por los pueblos pequeños y pintorescos. Siempre llevado por el afán de conocer otros lugares y costumbres, emprendía para periodo vacacional la aventura hacia nuevos lugares, a veces solo, en otras ocasiones acompañado por mis amigos. Siempre en condiciones austeras se iniciaba el viaje a sitios desconocidos para nosotros; ya en el transcurso del viaje cada uno se entregaba en forma individual a cavilaciones de extraña naturaleza. Mis pensamientos escapaban casi siempre por la misma senda, las preguntas se planteaban a cada paso, y al final, cuando ya el regreso era inminente, procuraba tener la respuesta a estas interrogantes; pensamientos un poco banales y la contemplación de la arquitectura, costumbres y gentes del lugar son los factores que mantenían mi cabeza trabajando.
En analogía con lo que me pasa con esas relaciones de hombre-mujer, cuando se habla de querer o amar según sea el caso, cuando creo que no me puede gustar más un pueblo o paraje – en el otro caso una mujer – siempre encuentro un nuevo sitio de veneración, como el que ahora es sino para mis sueños de cantinero.
Partimos un Lunes de semana santa con deseos de conocer parte del estado de San Luis Potosí, siendo su capital el primer lugar a donde llegamos. En la misma central nos pusimos a deliberara sobre nuestra ruta; bien pudimos encaminarnos hacia la región del altiplano teniendo como meta Real de Catorce, sí, ese bonito pueblo con su historia y su peyote; sin embargo, por el poco dinero y el temor de extender nuestro viaje mas días de lo planeado, preferimos conocer la región Huasteca por estar relativamente mas cerca de Guanajuato.
El viaje se desarrollo casi sin ningún contra- tiempo, ocupando el autobús solo cuando nos sorprendía la noche o cuando la carretera era poco transitada. El recorrido después de salir de San Luis Potosí, nos llevo a conocer algunos pueblos pequeños como Villa Hidalgo, Rayón, Tamasopo y Aquismon, ademas de municipios más grandes como Rio Verde y Ciudad Valles. Por comentarios y sugerencias de las personas con quienes tratamos, decidimos pasar el ultimo día de la travesía en un pueblo enclavado en la sierra madre oriental que se llama Xilitla.
En analogía con lo que me pasa con esas relaciones de hombre-mujer, cuando se habla de querer o amar según sea el caso, cuando creo que no me puede gustar más un pueblo o paraje – en el otro caso una mujer – siempre encuentro un nuevo sitio de veneración, como el que ahora es sino para mis sueños de cantinero.


“…Padezco de un mal llamado soñador y vagabundo, y ese mal solo se cura, por los caminos del mundo”, reza el fragmento de poema de un autor que desconozco, a veces creo que sufro del mismo mal. Con una nube de polvo alejándose a nuestros pasos y una mochila que cada minuto se tornaba mas pesada, descansamos afuera de un parque que se llama Las Pozas de Sir Edward James, ahí fue donde inicio el encanto.




Ahí sentado en aquella banca, y con el espectáculo de un mundo ineludible, terminaba de formular mi pregunta, y ahí mismo le daba respuesta. ¿Vale la pena el sin sentido? ¡Claro que lo vale!