Monday, February 20, 2006

Pachequeando por Xilitla.

La siguiente experiencia es una de las que han marcado mi afición por los pueblos pequeños y pintorescos. Siempre llevado por el afán de conocer otros lugares y costumbres, emprendía para periodo vacacional la aventura hacia nuevos lugares, a veces solo, en otras ocasiones acompañado por mis amigos. Siempre en condiciones austeras se iniciaba el viaje a sitios desconocidos para nosotros; ya en el transcurso del viaje cada uno se entregaba en forma individual a cavilaciones de extraña naturaleza. Mis pensamientos escapaban casi siempre por la misma senda, las preguntas se planteaban a cada paso, y al final, cuando ya el regreso era inminente, procuraba tener la respuesta a estas interrogantes; pensamientos un poco banales y la contemplación de la arquitectura, costumbres y gentes del lugar son los factores que mantenían mi cabeza trabajando.

En analogía con lo que me pasa con esas relaciones de hombre-mujer, cuando se habla de querer o amar según sea el caso, cuando creo que no me puede gustar más un pueblo o paraje – en el otro caso una mujer – siempre encuentro un nuevo sitio de veneración, como el que ahora es sino para mis sueños de cantinero.

Partimos un Lunes de semana santa con deseos de conocer parte del estado de San Luis Potosí, siendo su capital el primer lugar a donde llegamos. En la misma central nos pusimos a deliberara sobre nuestra ruta; bien pudimos encaminarnos hacia la región del altiplano teniendo como meta Real de Catorce, sí, ese bonito pueblo con su historia y su peyote; sin embargo, por el poco dinero y el temor de extender nuestro viaje mas días de lo planeado, preferimos conocer la región Huasteca por estar relativamente mas cerca de Guanajuato.
El viaje se desarrollo casi sin ningún contra- tiempo, ocupando el autobús solo cuando nos sorprendía la noche o cuando la carretera era poco transitada. El recorrido después de salir de San Luis Potosí, nos llevo a conocer algunos pueblos pequeños como Villa Hidalgo, Rayón, Tamasopo y Aquismon, ademas de municipios más grandes como Rio Verde y Ciudad Valles. Por comentarios y sugerencias de las personas con quienes tratamos, decidimos pasar el ultimo día de la travesía en un pueblo enclavado en la sierra madre oriental que se llama Xilitla.

“…Padezco de un mal llamado soñador y vagabundo, y ese mal solo se cura, por los caminos del mundo”, reza el fragmento de poema de un autor que desconozco, a veces creo que sufro del mismo mal. Con una nube de polvo alejándose a nuestros pasos y una mochila que cada minuto se tornaba mas pesada, descansamos afuera de un parque que se llama Las Pozas de Sir Edward James, ahí fue donde inicio el encanto. Por algunas horas, el contemplar aquel lugar fue para mi cuerpo olvido del cansancio de tres días; la exuberante naturaleza en equilibrio con las construcciones surrealistas creadas en concreto, y distribuidas en una zona de la sierra, simulaban el paraje de un cuento de mis días de infancia; trepar o bajar por escaleras de extraña forma para encontrarme luego en habitaciones decoradas ya sea por una silla en el techo, unos jeroglíficos egipcios, un paraguas u otro objeto que difícilmente podía imaginar que se encontrara allí, daban ese toque propio del surrealismo, donde creo yo, que basado en las variaciones del subconsciente, poco importada al creador de esas construcciones el preocuparse por la estética y la moral de sus obras.

Pasar por sus cascadas con los mismos tipos de arreglos me hacían sentir en una época olvidada por el tiempo, como una vena tendida fuera del cuerpo de las grandes etapas de la humanidad, y donde, sin embargo, el trinar de los pájaros y el reconfortante correr del agua fría por mis pies me decía: “Estas vivo, alégrate”, “Mira nada mas que forro de mujer, ¿Acaso habías visto alguna vez, otra más atractiva?”. El cansancio fue el sedante que me dejo a merced del lugar y el hambre la garra que me arrebato el encanto.


Después de un descanso en ese lugar nos dirigimos hacia el pueblo que esta aproxim- adamente a 1 kilómetro de las Pozas, a través de un camino de terracería, por el cual íbamos pensando en que comer. Al inicio del pueblo el inconfundible olor a pan alboroto mi nariz, ese día por fin supe como funcionan los hornos calentados por leña. Con pan en una mano, y una vara de caña en la otra fuimos caminando por las calles empedradas, calles donde solo unas pocas, aun conservaban su esencia fermentada en adobe y el olor a café de olla que invitaba a platicar afuera de alguna casa; esta su cantina cerca al mercado, la que casi con brazo invisible me arrastro al interior de ella seducido por las notas de un huapango. Llegamos al jardín principal donde la sorpresa no fue menos, al fondo del jardín se encuentra un ex convento donde por efecto de la semana santa se montaba un escenario para recrear la obra de “Jesucristo superestrella”; mas al centro del jardín , el infaltable kiosco recibía a todos los turistas con los comerciante atrincherados alrededor de el, donde ofrecían licuados, antojitos y garnachas; cerca del lugar donde decidimos descargar nuestras mochilas –ahora doblemente pesadas- teníamos por vecinos a una numerosa banda de jipitecas, cerca de ellos un vendedor de machetes –similares a las cimitarras árabes, con frases grabadas en sus cantos como “Soy mas chingón que Pedro Infante”- intentaba vender una de sus obras.

Cual desfile de personajes destinados a preservarse en la memoria de un publico en el cual yo estaba presente, empezaron a figurar además de la persona de los cuchillos y los hippies, otros personajes, entre ellos aquel que lleva sus pensamientos por un camino distinto al de la mayoría de nosotros, en otras palabras, un “loco” compañero rock and roll, quien por sus modos de andar y las sentencias escritas en sus ropas, era difícilmente invisible para su publico, también desfilo el extranjero con su deliciosa pareja, las familias, bandadas de niños y por supuesto las mujeres que me acompañaron en caricias solitarias por mucho tiempo.
Ahí sentado en aquella banca, y con el espectáculo de un mundo ineludible, terminaba de formular mi pregunta, y ahí mismo le daba respuesta. ¿Vale la pena el sin sentido? ¡Claro que lo vale!

Thursday, February 16, 2006

Despiértame cuando el examen haya terminado.

Hay tiempo para todo, para ser dulce y aguerrido en los menesteres del amor, para bajar la cabeza, tiempo para meditar y entre puñetas mentales salvar al mundo de todo mal, tiempo para perdonar y castigar, para estudiar y presentar un examen en modalidad de automático, para conquistar. Y hay tiempo resuelto en fracciones de minuto para decidir si se avanza a la peda o no, así como en este momento. Guapachoso y soez me llaman por el día de hoy... a chupar se ha dicho!!
Y mañana, mañana ya veremos que pedo.